El Ministerio libanés de Salud informó que al menos cinco personas murieron en bombardeos israelíes en el sur del país ayer, pese al frágil alto el fuego que entró en vigor hace dos semanas entre Israel y el grupo islamista libanés Hezbollah.

Por su parte, el ejército regular libanés afirmó que desplegó tropas en torno a Khiam, una localidad situada a 5 kilómetros de la frontera con Israel, en coordinación con las fuerzas para el mantenimiento de la paz de la Organización de las Naciones Unidas (Finul).

“Un bombardeo del enemigo israelí con un dron en la localidad de Ainata mató a una persona e hirió a otra”, indicó el ministerio en un comunicado.

Después anunció que otras cuatro personas murieron también en bombardeos israelíes, tres en la ciudad de Beit Jbeil y uno en Beit Lif, igualmente en el sur de Líbano.

El 27 de noviembre pasado se instauró un alto el fuego en la zona, para frenar la guerra abierta, iniciada dos meses antes, entre el movimiento islamista libanés Hezbollah e Israel, que se cobró la vida de casi 4.000 personas y devastó varios bastiones de la formación proiraní.

Israel y Hezbollah se acusan mutuamente de violar la tregua.

Hezbollah, aliado de Irán, abrió un “frente de apoyo” al movimiento islamista palestino Hamas después de que milicianos de este último atacaran el sur de Israel el 7 de octubre de 2023, un asalto que desató la guerra entre el ejército israelí y Hamas en la Franja de Gaza.

¿Dónde están nuestros hijos?”

En los pasillos del principal hospital de Damasco, hay mujeres que lloran desconsoladas. “¿Dónde están nuestros hijos?”, grita una, que como miles buscan los cuerpos de sus familiares desaparecidos durante el régimen de Bashar al Asad.
Yasmine Chabib, procedente de Idlib, viajó cuatro horas hasta la capital para buscar a su padre y a su hermano, detenidos en 2013. Con pocas esperanzas de encontrarlos con vida, jura no irse sin sus cuerpos.
“Abran las mazmorras. Iremos nosotros a buscarlos entre los cadáveres”, clama.
Las escenas en el hospital son desgarradoras. Un médico pregunta a un grupo si alguien reconoce “el cuerpo número nueve”, mientras se pasan un teléfono con la foto de un cadáver. Si alguien cree identificar a un ser querido, el cuerpo es trasladado a otra sala para su confirmación.
Una madre sale de la morgue con las manos manchadas. No encontró a su hijo pero, al tocar otros cuerpos, quedaron con sangre. “Aún estaba fresca”, susurra.
El doctor Yaser al Qasem, experto en medicina forense, confirma que algunos de los cuerpos llegados desde el hospital de Harasta muestran signos de muerte reciente. Aunque no se establecieron aún las fechas ni las causas de los decesos, las condiciones de los cadáveres son evidentes a simple vista.
Nabil Hariri, de 39 años, llegó a Damasco desde Derá al enterarse de que Al Asad había sido derrocado. Busca a su hermano, detenido en 2014 cuando tenía 13 años.
El lunes, como cientos de otras personas, corrió a la prisión de Saydnaya, descrita por Amnistía Internacional como un “matadero”, pero no encontró a su hermano allí.
Ayer, al amanecer, volvió a aferrarse a la esperanza cuando se supo que 35 cuerpos habían llegado del hospital de Harasta, punto de tránsito para los cuerpos de prisioneros antes de ser enterrados en fosas comunes. Una vez más, la esperanza se desvaneció. “Eran personas mayores en todas las fotos. Mi hermano es joven”, detalla.
Los rebeldes que derrocaron al régimen en 11 días dicen que descubrieron los cadáveres en una cámara frigorífica del hospital. En un video, Mohamed al Hajj mostró uno de los cuerpos sin ojos, otro sin dientes, y un tercero cubierto de sangre seca. Algunos presentan hematomas, y una bolsa contiene restos de un cadáver desollado.
Harasta es uno de los principales puntos donde se acumulaban cuerpos provenientes de Saydnaya o del hospital militar Techrine, ambos conocidos por sus brutales condiciones de trato de los prisioneros, según Diab Seria, de la Asociación de Detenidos y Desaparecidos de la prisión de Saydnaya.
Khaled Hamza, un taxista de 60 años, no encontró rastros de su hijo ni en Harasta, ni en Saydnaya, ni en el hospital de Damasco.
Sin embargo descubrió documentos en una prisión que contienen información sobre los detenidos. Ahora los lleva a las autoridades de la nueva policía instaurada por los islamistas de Hayat Tahrir al Sham (HTS), que controlan Damasco.
“Somos millones buscando a nuestros hijos”, dice Hamza. “Queremos saber si están vivos o muertos”, indica.
Aida Taher, de 65 años, dijo que buscaba a su hermano, detenido en 2012. “Corrí como loca” por llegar a la prisión, relató.
En las afueras de la cárcel, las familias muestran fotografías en blanco y negro de hombres jóvenes. Algunos llevan fotos de manifestantes ondeando banderas de la “revolución” de 2011.
Preguntan si alguien los ha visto, si estaban en Saydnaya o si los años de caos desde aquel alzamiento los dejaron sin vida.
“Matadero humano”
Apenas caído el régimen, el lunes, se abrieron las puertas de la cárcel de Saydnaya. Tras años de tormentos, decenas de presos empezaron a salir, tambaleándose, del “matadero” de Siria.
“¿Qué pasó?”, preguntaban. “Eres libre ¡Se acabó!”, gritaba un hombre que los filmaba con su celular. “Bashar se acabó. Lo hemos aplastado”, decía.
La dramática liberación de la prisión de Saydnaya se dio horas después de que los rebeldes tomaron la capital Damasco y obligaron al presidente Al Asad a huir del país tras más de 13 años de guerra civil.
En el video se ve a decenas de hombres demacrados, algunos de los cuales están demasiado débiles para caminar y son cargados por sus compañeros.
No hay muebles en la celda, salvo algunas mantas en el suelo. Las puertas están oxidadas y las paredes con humedad y suciedad.
En otra ala del complejo, se abrieron las celdas femeninas. Frente a una de las puertas hay un niño extraviado que espera.
Varias mujeres gritaban, visiblemente aterrorizadas. “Ha caído”, les decían los hombres. “Ya pueden salir”.
Durante horas se dijo que la prisión contaba con varios niveles bajo tierra, y que un número desconocido de presos podría estar encerrado ahí, detrás de puertas selladas.
Pero los Cascos Blancos, un grupo sirio de rescate, afirmaron que no encontraron celdas ocultas en el subsuelo. Desde el domingo, sus miembros estuvieron atareados derribando muros con mazos y barras de hierro, y utilizando sensores de audio y perros rastreadores.
Mientras tanto, los presos liberados de Saydnaya deambulan por las calles de Damasco, a unos 30 kilómetros de distancia.
Desde lejos se los reconoce por las huellas del sufrimiento en su cuerpo: tullidos por las torturas, debilitados por la enfermedad y macilentos por el hambre.
Algunos no pueden hablar, ni siquiera para decir su nombre o de dónde son. Muchos han estado en Saydnaya desde el gobierno de Hafez al Asad, padre de Bashar, fallecido hace más de 20 años.
Pocos de ellos saben a dónde ir.